La terrible pandemia de Covid-19 que estamos sufriendo no solo trae consigo una crisis sanitaria y humanitaria, sino también una crisis económica, social y política. Ante este escenario, no debemos olvidar que los momentos de debilidad y crisis son terreno fértil para intervencionistas y estatistas de toda condición, que pretenderán “aprovechar” estos momentos de tremenda incertidumbre para inocular sus dogmas en una sociedad temerosa.
El confinamiento de los ciudadanos bajo la tutela del Estado como principal medida de prevención frente al virus y las amplios poderes conferidos a los Gobiernos puede ser interpretada por dichos estatistas como el salvoconducto ideal para transmitir sus dogmas: “es el Estado el único capacitado para protegerte de esta amenaza, es el Estado el único capaz de comprender lo que está sucediendo y actuar a tal efecto (administrando por tanto la información y la gestión de la verdad), es el Estado quien marca los tiempos y quien administra tu vida cotidiana… Ergo: es el Estado quien te acabará salvando”.
Como siempre sucede, la realidad se impone a la utopía y los hechos a las ensoñaciones dogmáticas. Basta poner como ejemplo lo que sucede en mi país, España, uno de los más afectados por esta terrible pandemia.
Frente a las medidas recentralizadoras e intervencionistas de un gobierno socialista poco amigo de la libertad, ha sido la iniciativa privada quien ha conseguido desbloquear la exasperante lentitud gestora del gobierno. Mientras el gobierno central amontonaba material sanitario para proceder a un reparto justo y solidario, diferentes empresas se unían para comprar material sanitario y traerlo a nuestro país. Mientras dicho gobierno se perdía en canales burocráticos y ruedas de prensa sin periodistas, la colaboración público-privada en regiones y ciudades permitía la adquisición de material, la gestión directa de la crisis sanitaria y hasta la construcción o adecuación de nuevos hospitales. Mientras el gobierno socialista vende supuestas ayudas que aumentarán el gasto público, son pequeñas, medianas y grandes empresas, junto a sujetos individuales quienes están donando miles de ayudas y aportaciones para luchar contra el virus y dar respuesta a los colectivos más vulnerables y afectados.
Tengamos claro este punto de partida para entender que esa nueva época que se abre tras la crisis del coronavirus correrá el riesgo de regresar hacia un pasado oscuro y fracasado si permitimos que la habitual propaganda estatista manipule la realidad y maquille lo que está sucediendo. Todas las soluciones a esta crisis y todas las aportaciones para construir el futuro han de venir, como siempre, de unas instituciones eficientes y eficaces de limitado poder y de una iniciativa privada fuerte y con capacidad de actuación y desarrollo que pueda colaborar en la reconstrucción y en la búsqueda de soluciones.
Y también tengamos claro que quienes han acaparado todo el poder no lo van a querer volver a entregar así como así. Un estado voraz que ha tenido la oportunidad de gestionar la vida cotidiana de los ciudadanos no va a regalar ese poder. De ahí, que debemos ser vigilantes en la recuperación de todos y cada uno de los derechos individuales entregados en esta crisis.
Es imprescindible entender este contexto antes de abordar el terreno de las medidas. Antes de adentrarnos en las propuestas de ámbito sanitario, fiscal, laboral o social hay que tener claros los peligro que nos acechan y el camino a seguir.
Más concretamente, en relación con el suministro de medicamentos y material sanitario, anteriormente ponía como ejemplo el caso español: ha tenido que ser la colaboración público-privada la que salvara la situación de bloqueo que vivía el país. Y ahí debe haber normas y regulación, por supuesto, siguiendo la sencilla máxima: “pocas y claras”.
Frente a la hiperregulación y la burocracia que bloquea los canales de compra, encarece los productos y retrasa su entrega y posterior reparto, agilicemos las compras delimitando la seguridad de las mismas. La liberalización del sector farmacéutico, permitiendo la venta de medicamentos que no necesitan prescripción médica fuera de las farmacias y online, así como una mayor libertad en el sector tanto en su organización interna como en la creación de nuevos establecimientos, pueden ser líneas a tener en cuenta para lograr el abaratamiento de los medicamentos.
Junto a esa liberalización, las instituciones han de centrar su normativa en asegurar la calidad del producto, especialmente en un tema tan sensible como la salud. Evidentemente, la existencia de patentes que han de superar todos los exigentes filtros de seguridad y calidad, es una herramienta imprescindible. A su vez, aseguran el interés de la investigación privada, tan necesaria para el beneficio público y sanitario. Pero también será papel de las instituciones limitar esa gestión de las patentes, evitando monopolios y abusos en el mercado que pudieran impedir la libre competencia y su consiguiente abaratamiento del producto.
Medidas liberalizadoras que se combinen con el marco de seguridad que han de aportar las instituciones, reducción y simplificación de la hiperregulación que retrasa la gestión de las soluciones y la colaboración público-privada en la búsqueda de soluciones son el camino a seguir. Y la clave es que esto no son dogmas ideológicos, son apuntes extraídos de observar lo que sucede; de observar la tozuda realidad.
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