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En febrero del 2020, 243 personas de la London School of Economics aprobaron una moción del sindicato de estudiantes para introducir la prohibición de la carne de vaca para todos sus 11.000 estudiantes, convirtiéndose en la tercera universidad del país en hacerlo. Y fue el ejemplo perfecto de cómo el alarmismo descarado sobre el cambio climático causa enormes problemas a todo el mundo. Sentir que se está poniendo un granito de arena para ayudar al mundo a resolver sus problemas más acuciantes se ha convertido, al parecer, en algo más importante que respetar la libertad fundamental de elegir.

Sin embargo, la única manera de hacer frente al cambio climático es aceptar esto último. Los estudiantes son los consumidores del mañana, y se merecen la misma elección de consumo.

Hay algo pretencioso en que una minoría intente imponer sus puntos de vista a todos los demás mediante prohibiciones, especialmente cuando se trata de cuestiones de mercado. En estos casos, siempre deberíamos preguntarnos cómo es que un grupo de personas que probablemente nunca hemos conocido puede saber lo que es correcto para mí.

Esta lógica penetra en un amplio espectro de regulaciones de estilo de vida, desde fumar tabaco y cannabis hasta el azúcar. En el contexto del cambio climático, socava la responsabilidad individual a un nivel muy básico al implicar que nosotros, como individuos, no nos preocupamos lo suficiente por el medio ambiente como para ayudar a reducir las emisiones de CO2.

En realidad, para bien o para mal, es difícil no hacerlo. Gracias a Greta Thunberg, a las extensas campañas mediáticas y a los acuerdos ecológicos que llegan de todas partes, el cambio climático se ha convertido en un tema de gran preocupación en todo el mundo, especialmente en Europa y Estados Unidos que, a diferencia de China, no son los mayores contaminantes mundiales. Todos estamos de acuerdo en que debemos intentar reducir las emisiones de carbono. Sólo diferimos en la forma de hacerlo.

La naturaleza humana tiene tendencia a ser impaciente. Se ha hecho popular pensar que si aprobamos una prohibición, el problema desaparecerá de la noche a la mañana. Es decir, se supone que si prohibimos la carne de vaca en el campus, todos los estudiantes dejarán pronto de comer carne y tomarán conciencia del clima. Este planteamiento puede tener cierto éxito a corto plazo a costa de la elección del consumidor, pero a largo plazo no es sostenible ni ayuda a salvar el planeta.

En cambio, adoptar soluciones innovadoras es un camino mucho más gratificante. El desarrollo de sustitutos de la carne es un ejemplo de ello.

En las últimas décadas hemos asistido a increíbles avances en el ámbito de la agricultura, que han contribuido a hacer más sostenibles la agricultura y el consumo. El potencial de la ingeniería genética se descarta a menudo debido a las afirmaciones de seguridad alimentaria no probadas y a los riesgos asociados a la alteración de la agricultura.

Sin embargo, hay muchas pruebas científicas que desmienten la creencia de que los alimentos editados genéticamente son menos seguros que los cultivados de forma convencional. Eliminar todos los productos cárnicos ahora significa rendirse ante los desafíos que tenemos por delante.

También es crucial educar a los estudiantes sobre los sustitutos de la carne y su propensión a ayudar a mitigar el cambio climático. La retórica popular no científica junto con las restricciones de mercado existentes (actualmente, los productos que contienen OGM están etiquetados como tales) pretenden alejarnos de los productos más innovadores.

El marketing y la promoción son fundamentales para dispersar la información sobre los productos, y tanto los productos con OGM como los que no lo son deben ser tratados por igual. Concienciar a los estudiantes sobre los beneficios de la modificación genética garantizaría que, como consumidores, hicieran elecciones alimentarias basadas en la ciencia.

Prohibir la carne de vaca en el campus de una institución educativa respetable es un paso atrás. El Reino Unido puede hacerlo mucho mejor. Debemos acoger la innovación y ofrecer a los consumidores la posibilidad de alejarse de los alimentos convencionales, no prohibiéndolos, sino fomentando el desarrollo de sustitutos de la carne.

Hacer de niñera a los estudiantes es fácil; animarles a convertirse en consumidores responsables y conscientes de la importancia de su libertad de elección es más difícil, pero es la clave.

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