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Si bien el progreso de la ingeniería genética promete revolucionar muchos sectores, Europa sigue muy comprometida con su principio de precaución...

Si bien el progreso de la ingeniería genética promete revolucionar muchos sectores, Europa sigue muy comprometida con su principio de precaución. ¡En ninguna parte la regulación es tan prohibitiva como en Europa!

Si la Unión Europea se enorgullece de su principio de cautela, lamentablemente no es nada de lo que jactarse. Las últimas innovaciones en ingeniería genética abren perspectivas sin precedentes para la humanidad: el desafío es no perderse esta revolución.

La terapia génica, por ejemplo, permite tratar enfermedades raras de origen genético. Gracias a regulaciones favorables a la innovación y la experimentación, Estados Unidos se ha convertido en uno de los principales centros mundiales de investigación en terapia génica, incluidos tratamientos para la enfermedad de células falciformes, enfermedades musculares fatales, VIH y muchos tipos de cáncer. Gran Bretaña también se ha distinguido de otros países europeos al convertirse en el primer país del mundo en permitir la terapia de reemplazo mitocondrial. Al otro lado del Atlántico, esta técnica ya ha salvado a un niño del Síndrome de Leigh, una enfermedad que afecta el sistema nervioso.

La modificación genética también promete revolucionar la agricultura moderna. Gracias a los cultivos transgénicos, ya es posible producir plantas y animales resistentes a la sequía, una ventaja significativa en la lucha contra el cambio climático. La ingeniería genética también puede hacer que los cultivos sean más resistentes a las enfermedades, aumentar su rendimiento e incluso su contenido de fibra o, por el contrario, reducir su contenido de ácidos grasos trans. Por ejemplo, Brasil ha desarrollado un tomate rico en antioxidantes y una soja resistente a una plaga vegetal que destruye los cultivos y reduce los rendimientos. 

Finalmente, las nuevas técnicas también son más seguras. De hecho, cabe señalar que el tipo de ingeniería genética difiere de las técnicas que dan como resultado cultivos transgénicos, o biomedicamentos como la insulina, producida por transgénesis. Aquí estamos hablando de OMG obtenidos por mutagénesis dirigida. Esta técnica es similar a las mutaciones genéticas que pueden ocurrir en la naturaleza, excepto que permite un control preciso de estas mutaciones y acelera el curso de la evolución biológica. 

Como señala el bioquímico Jean-Yves Déaut en una entrevista para la revista European Scientist, “el mundo científico está de acuerdo en que las tecnologías desarrolladas en NBT (nuevas tecnologías de mejoramiento) son más precisas y presentan menos riesgos que los métodos antiguos”.

Sin embargo, la Unión Europea sigue ciega a estos últimos avances. El 25 de julio de 2018, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (TJCE) decidió, en lugar de adaptar la interpretación de la ley a la nueva realidad tecnológica, ignorar por completo la evolución del conocimiento científico: “los organismos obtenidos por mutagénesis constituyen OMG y son, en principio, , sin perjuicio de las obligaciones establecidas en la Directiva OMG”. La UE, por lo tanto, no hace ninguna distinción legal entre diferentes generaciones de OMG. 

Tanto más cuanto que la Directiva OMG (Directiva 2001-18) a la que se refiere el TJCE ya es muy restrictiva. En su espíritu, como explica Marcel Kuntz, investigador del CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia), autoriza la difusión de OMG reconocidos como seguros. En realidad, prosigue, esto significa que “cuando un tema se vuelve controvertido en los medios (…), habrá que demostrar cero riesgos, lo que por supuesto es imposible”. La directiva OGM, por lo tanto, proporciona al clan naturalista una base legal para bloquear cualquier innovación. 

Como señala Catherine Regnault-Roger, miembro de la Academia Francesa de Agricultura, “además de las opiniones científicas, existe una fase política de votaciones de los Estados miembros y del Parlamento Europeo, que dan lugar a debates en los que las consideraciones científicas no están en el centro del debate”. 

Por lo tanto, la sospecha sistemática hacia los OGM hoy refleja menos un consenso científico sobre el tema que una ideología antiprogresista inspirada en una visión idealizada de la naturaleza por un lado, y una satanización del espíritu humano por el otro. 

Para evitar que los grupos de presión priven a los consumidores de los últimos avances tecnológicos por razones ideológicas, como es el caso hoy en día, el Consumer Choice Center aboga por reemplazar esta normativa aberrante por un auténtico “Principio de Innovación” que permitiría a las agencias científicas determinar de forma independiente la eficacia y la seguridad. de productos. 

En lugar de servir como base racional para la toma de decisiones políticas, la ciencia está completamente sujeta al dictado de la ideología de la precaución. En un momento en que la ciencia y la innovación son la respuesta a los importantes desafíos del siglo XXI, tal subordinación equivale a darse un tiro en el pie.  

Los europeos deberían hacerse la siguiente pregunta: “¿Quién será el responsable si, en el futuro, todavía no hemos curado las enfermedades de hoy con la tecnología del mañana, simplemente porque miedos infundados se han interpuesto en nuestro camino?”. Las regulaciones de ayer ya no se adaptan a las tecnologías de hoy y al progreso de mañana. Necesitamos una regulación que mire hacia el futuro, no hacia el pasado.

Publicado originalmente aquí.

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