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La eurodiputada Isabel Benjumea sobre el COVID-19

La terrible pandemia del COVID-19 que estamos viviendo trae consigo no solo un desastre sanitario y humanitario sino también una crisis económica, social y política. Ante este tema, no debemos olvidar que los momentos de debilidad y crisis abren el camino a intervencionistas y estatistas de todas las filiaciones políticas, quienes intentarán aprovechar estos momentos de tremenda incertidumbre para impulsar sus dogmas en sociedades llenas de miedo. .  

El confinamiento de los ciudadanos como principal medida de prevención frente al virus y los amplios poderes canalizados por los gobiernos al respecto pueden interpretarse como la salvaguardia ideal para hacer cumplir los dogmas estatistas. Uno de ellos dice lo siguiente, “solo el estado es capaz de protegerte de esta amenaza [coronavirus] solo el Estado tiene una comprensión clara de lo que está sucediendo y actúa en ese sentido (monopolizando así la información y la verdad), es el Estado que marca los tiempos y que administra tu vida cotidiana… Ergo: es el Estado el que al final te salvará”.

Sin embargo, como suele ser el caso, la realidad se impone a la utopía y los hechos a los sueños dogmáticos. Veamos lo que está pasando en España, mi país de origen, que también es, lamentablemente, uno de los países más afectados por esta terrible pandemia.

Ante las medidas centralizadoras e intervencionistas de un gobierno socialista poco libertino, la iniciativa privada ha sabido hacer frente a la exasperante lentitud de la gestión gubernamental. Mientras el gobierno central amontonaba material sanitario para asegurar una distribución justa y equitativa, diferentes empresas se juntaron para comprar material sanitario y traerlo a nuestro país. Mientras este gobierno se perdía en trámites burocráticos y ruedas de prensa sin periodistas, la colaboración público-privada en regiones y ciudades permitió la adquisición de material, la gestión directa de la emergencia sanitaria pública e incluso la construcción o adecuación de nuevos hospitales. Mientras el gobierno socialista vende supuestas ayudas para incrementar el gasto público, pequeñas, medianas y grandes empresas, junto a donantes particulares, están entregando miles de ayudas y aportaciones para luchar contra el virus y ayudar a los colectivos más vulnerables y afectados.

Si permitimos que la propaganda estatal habitual manipule la realidad y compense lo que está sucediendo, la era posterior al coronavirus podría significar un peligroso regreso a un pasado oscuro. Todas las soluciones a esta crisis y todas las contribuciones para construir el futuro deben, como siempre, provenir de instituciones efectivas y responsables con poder limitado. Y deberían adoptar una iniciativa privada fuerte y asumir su papel en la búsqueda global de la solución más sensata.

Y también tengamos claro que aquellos que se han apoderado de todo el poder no querrán renunciar a él fácilmente. Un gobierno incontrolable que ha tenido la oportunidad de gestionar la vida cotidiana de sus ciudadanos no cederá ese poder. Por eso debemos tomarlo todo en serio e insistir en que se preserven todos y cada uno de los derechos individuales cedidos en esta crisis.

Es esencial comprender estos peligros potenciales antes de elegir un plan de acción. Antes de aprobar una legislación en los campos de la salud, fiscal, laboral o social, debemos tener claros los peligros que se avecinan y el camino a seguir.

Más concretamente, en relación al suministro de medicamentos y material sanitario, anteriormente he puesto como ejemplo el caso español: hasta ahora ha sido una colaboración público-privada la que ha ayudado a encontrar una salida al estancamiento en el que se encontraba el país. Y debe haber normas y reglamentos, por supuesto, siguiendo la sencilla máxima: “pocos y claros”.

La hiperregulación y burocracia que bloquea los canales de suministro encarece los productos y retrasa su entrega y posterior distribución. Aceleremos las compras limitando los controles de seguridad. La liberalización del sector farmacéutico, permitiendo la venta de medicamentos que no necesitan receta médica fuera de las oficinas de farmacia y online. También es crucial reducir la carga que enfrenta el sector farmacéutico tanto en su organización interna como en la creación de nuevas empresas. Esto puede ayudar a reducir el precio de los productos.

Junto a esta liberalización, las instituciones deben centrar sus regulaciones en asegurar la calidad de los productos, especialmente en áreas tan importantes como la salud. Evidentemente, la existencia de patentes que tienen que superar todos los exigentes filtros de seguridad y calidad es absolutamente justificable. Al mismo tiempo, velan por el interés de la investigación privada, necesaria para el beneficio público y de la salud. Pero también será papel de las instituciones facilitar la gestión de las patentes, para evitar monopolios y abusos en el mercado que puedan impedir la libre competencia y su consecuente abaratamiento del precio del producto. 

Las medidas liberalizadoras combinadas con el marco de seguridad que deben proporcionar las instituciones, la reducción y simplificación de la hiperregulación que retrasa la gestión de soluciones y la colaboración público-privada en la búsqueda de soluciones son el camino a seguir. Y la clave es que estos no son dogmas ideológicos; son lecciones extraídas de la observación de lo que sucede; de examinar la desastrosa realidad.


Las opiniones y opiniones expresadas aquí son de los autores y no reflejan no obstante la política oficial o la posición del Centro de Elección del Consumidor. Cualquier contenido proporcionado por nuestros bloggers o autores es de su opinión.


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