El primer ministro húngaro ha hecho del fútbol uno de sus proyectos estrella desde el inicio de su mandato, invirtiendo miles de millones de dólares de los contribuyentes (e indirectamente fondos de la UE) en clubes y estadios húngaros. Puede que a muchos les sorprenda, pero en Hungría, la mayoría del electorado cree firmemente que su participación en el fútbol es tan directa e importante que su intervención personal fue determinante para el futuro de cualquier club. Pero ¿qué significa esto realmente? ¿La política futbolística de Orbán se centra en el desarrollo del deporte húngaro o en consolidar su poder y ganarse la afición? ¿La calidad del fútbol húngaro es buena para los consumidores o ni siquiera se trata de satisfacerlos?
El plan de financiación
El gobierno de Orbán ha implementado un amplio sistema de apoyo financiero para los clubes de fútbol a través de múltiples canales. Uno de ellos son las exenciones fiscales corporativas, mediante las cuales las empresas pueden redirigir una parte de su impuesto de sociedades a los clubes deportivos. Esto ha resultado en miles de millones de florines que fluyen hacia la infraestructura de los clubes, las academias juveniles y los salarios. Los principales beneficiarios son los clubes propiedad de los oligarcas y amigos del gobierno. No es sorprendente que la mayor parte del dinero haya ido al equipo del pueblo natal del Primer Ministro, Felcsút, con una población de tan solo 1800 habitantes, que presume de un bonito estadio prácticamente sin público. Sin embargo, actualmente, el equipo va camino de su primer campeonato en la historia del fútbol húngaro. El gobierno ha subvencionado considerablemente este estadio, aunque las cifras de asistencia no justifican tal inversión. Muchos estadios similares tienen dificultades para llenar sus asientos, lo que ha generado críticas de que sirven como proyectos vanidosos en lugar de infraestructura deportiva práctica.
Cabe destacar también que importantes clubes húngaros están ahora dirigidos por empresarios con estrechos vínculos con Orbán. Lőrinc Mészáros, amigo de la infancia de Orbán y uno de los hombres más ricos de Hungría, es propietario del Puskás Akadémia FC. István Garancsi, otro oligarca vinculado al gobierno, controla el MOL Fehérvár FC. Actualmente, los 12 equipos de la Primera División pertenecen a estos oligarcas. Esto garantiza que los clubes de fútbol mantengan su alineamiento político y que la financiación fluya hacia donde más beneficie a la red política de Orbán, en lugar de hacia donde sea necesaria para el verdadero éxito deportivo.
Otro proyecto emblemático relacionado con el fútbol fue la creación de academias. Aunque se han invertido miles de millones en estas academias juveniles, Hungría no ha logrado formar jugadores de talla mundial. La Puskás Akadémia, creada como el proyecto futbolístico de Orbán, recibe una enorme financiación estatal, pero ha contribuido poco a la selección nacional ni a las principales ligas europeas. Mientras tanto, Hungría sigue dependiendo de jugadores nacidos en el extranjero o nacionalizados, y de aquellos que nunca se beneficiaron del sistema de academias y lo evitaron deliberadamente. Esto plantea serias dudas sobre la eficiencia y el propósito de estas academias: su objetivo no es tanto desarrollar jugadores como canalizar dinero hacia manos con conexiones políticas.
¿Donde están los resultados?
A primera vista, el fútbol húngaro ha experimentado inversiones masivas. Tras décadas de decepciones, la selección nacional húngara ha mostrado momentos prometedores, clasificándose para las dos últimas Eurocopas. Clubes como el Ferencváros han participado regularmente en competiciones europeas. Sin embargo, existen serias preocupaciones sobre estos éxitos. A pesar de los miles de millones invertidos, los clubes húngaros siguen siendo poco competitivos en las principales ligas europeas. A diferencia de países donde la inversión privada y las fuertes ligas nacionales impulsan el éxito, la dependencia húngara del dinero público no ha dado lugar a equipos de primer nivel. Otro problema importante, como se vio anteriormente con el equipo "salvado por Orban", es que muchos clubes tendrían dificultades sin el apoyo continuo del gobierno.
Si se retiraban los fondos estatales, los clubes que dependían en gran medida de conexiones políticas podrían quebrar por una mala gestión financiera. De hecho, este fue el caso del equipo mencionado, ya que gozó de la buena voluntad de la clase política mientras el propietario (yerno del prominente oligarca) siguió formando parte de la familia. Tras el divorcio, su empresa no recibió contratos estatales y su equipo empezó a pasar apuros.
Como vemos, la atención de Orbán al fútbol tiene un doble propósito: si bien sin duda genera resultados deportivos menores, también fomenta la lealtad del electorado. Muchos húngaros, especialmente en ciudades pequeñas, creen que Orbán salvó a sus queridos equipos de la ruina financiera.
¿El gol? No necesariamente goles en la portería contraria.
¿El objetivo es convertir a Hungría en una nación futbolística seria o se trata de que Orbán utilice el deporte como herramienta populista? Las cifras muestran que la infraestructura futbolística húngara ha mejorado, pero sus clubes y su selección nacional aún tienen dificultades para competir con los mejores de Europa. Si el objetivo final era la excelencia futbolística, la estrategia no se ha cumplido plenamente. Si el objetivo era ganar influencia política, ha funcionado exactamente como se pretendía.
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