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Los refrescos de gran tamaño, el alcohol y el tabaco son sólo algunas de las cosas de las que los gobiernos de todo el mundo quieren mantenernos alejados. Parece que los gobiernos de todo el mundo han adoptado lo que los economistas llaman "impuestos al pecado" (impuestos sobre bienes considerados nocivos para la sociedad, como las bebidas azucaradas, el tabaco y el alcohol) como una solución rápida al desequilibrio presupuestario y para preservar la salud pública. Ahora, mientras el Grupo de Ministros de la India (GoM) considera aumentar el Impuesto sobre Bienes y Servicios (GST) sobre estos llamados bienes pecaminosos al 35 por ciento, hay mucho que analizar sobre el impacto real de tales medidas. La idea detrás de un impuesto al pecado es bastante sencilla: hacer que los productos dañinos sean más caros, para que la gente compre menos de ellos. 

Se trata de alejarnos de los malos hábitos y, al mismo tiempo, aumentar los fondos gubernamentales. Tómese un momento para pensar a dónde van esos ingresos generados por los impuestos y si los impuestos realmente funcionan. Si la gente deja de consumir estos bienes, los ingresos se agotan, lo que plantea preguntas sobre si estos impuestos son realmente para la salud pública o simplemente una forma conveniente de obtener dinero. En un mundo ideal, estos fondos se redirigirían a mejorar los sistemas de salud pública, compensando los costos asociados con el consumo de estos mismos bienes. Sin embargo, la realidad puede ser mucho más confusa.

La investigación (Taxing Sin de Michael Thorn, 2021) sugiere que estos impuestos no reducen el consumo. En cambio, perjudican a los consumidores de los estratos de ingresos más bajos, que gastan una parte mayor de sus ingresos en estos bienes. Estos impuestos a menudo contribuyen al crecimiento de los mercados negros. El aumento artificial de precios por parte del gobierno simplemente empuja a los consumidores a buscar alternativas, a menudo de manera ilícita, en lugar de dejar de consumir. Y aunque las ventas registradas pueden caer, el consumo real podría no caer tanto como se pretendía. Otro aspecto de este problema es su impacto social. Los impuestos al pecado son regresivos.

Los estudios (The Quarterly Journal of Economics) sugieren que los consumidores más pobres gastan una parte mayor de sus ingresos en bienes gravados, como cigarrillos y bebidas azucaradas. Esto significa que soportan una parte desproporcionada de la carga, lo que potencialmente profundiza la brecha social que estos impuestos pretenden superar. Los aumentos de impuestos como medidas de salud pública a menudo resultan contraproducentes psicológicamente. Las investigaciones indican que las personas sienten más resentimiento hacia los aumentos de precios debidos a los impuestos que hacia otras fuerzas del mercado. Este resentimiento conduce al incumplimiento, alimenta los mercados negros y provoca la desconfianza del gobierno entre el público. A nivel mundial, las implicaciones de los impuestos al pecado muestran resultados mixtos. Los estudios (American Journal of Health Promotion) revelan las graves brechas en las políticas que alimentan el comercio ilícito y amplían la desigualdad económica entre los consumidores. Estos estudios subrayan que, si bien los impuestos al pecado pueden reducir el consumo y respaldar los objetivos de salud pública, deben equilibrarse cuidadosamente con sus impactos socioeconómicos más amplios. Los consumidores merecen algo mejor. 

Es hora de cuestionar las políticas que socavan la libertad de elección con el pretexto de la salud pública. Una sociedad progresista no se construye con impuestos punitivos, sino permitiendo que la gente tome sus propias decisiones. Los responsables de las políticas deben reconocer la libertad y no socavarla. Los responsables de las políticas deben diseñar estrategias que no sólo sean económicamente sólidas, sino también éticamente justificables y psicológicamente comprensibles. Después de todo, el objetivo es mejorar la salud pública sin infringir indebidamente la libertad personal ni agravar el desequilibrio socioeconómico. Como ciudadanos, debemos exigir rendición de cuentas y transparencia. 

El debate no se centra únicamente en los bienes pecaminosos, sino en nuestro derecho a tomar decisiones sin la intervención del gobierno. Participar en este diálogo es vital para garantizar que las políticas fiscales se alineen con nuestros valores de libertad, justicia y libertad de elección del consumidor, promoviendo una comunidad más sana y equitativa para todos.

Publicado originalmente aquí

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