Ahora que la carrera presidencial está entrando en su recta final, se está explotando todo el capital político que los candidatos pueden obtener en estados clave, incluidas las demandas sindicales y comerciales que se contraponen a los intereses estadounidenses a largo plazo.
Una reciente controversia sobre una fusión de empresas siderúrgicas muestra este problema con amplio detalle.
Desde finales del año pasado, la planeada adquisición de US Steel por parte del mayor fabricante de acero de Japón, Nippon Steel, ha generado revuelo tanto económico como político.
Recientemente, el Comité de Inversión Extranjera en Estados Unidos (CFIUS) desaconsejó la adquisición, argumentando que después de la fusión, el gobierno de Estados Unidos tendría menos probabilidades de solicitar aranceles al acero a entidades extranjeras.
Esto parecía extraño, dado que el CFIUS es un organismo apolítico y los argumentos a favor de la fusión eran evidentes desde la perspectiva del empleo, las inversiones, los impuestos y la viabilidad económica a largo plazo de industrias estadounidenses vitales.
La inversión extranjera directa (IED) en Estados Unidos representa billones de dólares cada año y crea empleos estadounidenses y filiales estadounidenses exitosas.
De hecho, ningún país exitoso del mundo sobrevive sin IED, y aquellos que tienen muy poca resultan ser infiernos socialistas.
Numerosos grupos empresariales estadounidenses, entre ellos la Cámara de Comercio de Estados Unidos, la Alianza para la Innovación Automotriz, el Consejo Nacional de Comercio Exterior y el Consejo de Estados Unidos para Negocios Internacionales escribió en una carta a la Secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, explicando que “temen que el proceso del CFIUS se esté utilizando para promover agendas políticas que están fuera del ámbito de competencia del comité y que ponen en riesgo la economía y los trabajadores de Estados Unidos”.
El presidente Biden y la vicepresidenta Kamala Harris se han manifestado en contra de la fusión, algo que no sorprende, dado que el sindicato de trabajadores siderúrgicos de Estados Unidos (USW) perdería influencia tras una adquisición.
Parece que no sólo los sindicatos han hecho caso omiso de los efectos económicos de sus acciones, sino que Kamala Harris también está luchando por conseguir cada voto en los estados clave productores de acero, con consecuencias terribles.
Si el ejecutivo permite que organismos como el CFIUS se conviertan en peones de las prioridades de la Casa Blanca, perderá credibilidad, pero más importante aún, se perderá credibilidad ante los aliados extranjeros.
Hay buenas razones para bloquear las fusiones con empresas procedentes de la China comunista, pero ¿qué señal envía impedir adquisiciones de naciones amigas como Japón, Corea, Australia o la UE?
Además, ¿cómo podemos esperar que los aliados realicen negocios adecuados con empresas estadounidenses que intentan adquirir negocios extranjeros en esos países?
Estados Unidos es una superpotencia económica mundial digna de confianza y toma decisiones morales sobre las naciones con las que decide relacionarse. Si se impide a Japón y a otras potencias orientadas hacia Occidente entrar en el mercado estadounidense para hacer ajustes políticos a corto plazo, es muy posible que las industrias estadounidenses sean el centro de atención.
De acuerdo con la Oficina de Análisis Económico, “las filiales estadounidenses de empresas multinacionales extranjeras de propiedad mayoritaria emplearon a 7,94 millones de trabajadores en los Estados Unidos en 2021, un aumento del 2,9 por ciento respecto de los 7,71 millones de trabajadores en 2020”.
En 2023, la inversión extranjera directa (IED) total en Estados Unidos alcanzó $5,39 billones, lo que refleja un aumento de $227 mil millones en comparación con el año anterior.
Esta cifra representa aproximadamente 20% del PIB del país, lo que subraya el papel fundamental de la IED no sólo para sostener la economía estadounidense, sino también para ayudarla a crecer y crear empleos.
Dependiendo de su posición en el espectro político, la IED podría muy bien contradecir su visión del mundo según la cual cada reactivación de la industria tiene que ser mediante un arancel punitivo a los competidores o mediante un programa de subsidios gubernamentales con un costo para los contribuyentes estadounidenses.
La IED no es ninguna de esas dos cosas; representa dinero procedente de fuera de Estados Unidos que sustenta el poder económico del país. Y eso, si me preguntan, vale más que el voto sindical en un año electoral determinado.
Publicado originalmente aquí